BOLETÍN CUARESMA 2011 - DOLORES DE LA VIRGEN

Quinto Dolor: María al pie de la Cruz

Junto a la Cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Jesús al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre:

- Mujer, ahí tienes a tu hijo.

Después dijo al discípulo:

- Ahí tienes a tu madre.

Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya. Jn. 19,25-27.

Imaginemos por un momento el acontecimiento que nos relata el evangelista San Juan. Una madre, como usted por ejemplo, sencilla, buena cumplidora con sus quehaceres y con su religión, acompañando y en el lugar de la ejecución y muerte de su hijo, además con el agravante de ser inocente. Que drama verdad, que momentos de intensa angustia, desesperación, sufrimiento y dolor. Así, no es de extrañar, que ante esta vivencia, a cualquier madre, le acarree también su muerte o cuanto menos un desgarro en el corazón imposible de volver a sanar.

Pues ante esta situación se vio María ante su amado hijo Jesucristo. Desfigurado por las heridas, lleno de sudor y sangre, extenuado por la fatiga y el cansancio, y encima soportando las burlas de los soldados cuando lo despojaron de sus vestiduras, el inmenso dolor cuando lo clavan sobre la cruz y a golpes de martillo le taladran sus manos y sus pies para sujetarlo al madero y oír como se le rasgan, aún más, las llagas de su manos y pies, por el peso de su cuerpo cuando es alzado. Que virulencia la de sus verdugos y justicieros. No tuvieron reparos para con el hijo de Dios, todo ello bajo la dolorosa mirada de su Santa Madre. Quizás fuese ese el único consuelo de Nuestro Señor Jesucristo, el ver a su madre al lado suya en tan difíciles momentos, e igualmente pudieron ser demasiado duros al contemplar a su madre rota por el sufrimiento y el dolor.

Esa actitud de María al pie de la cruz es un testimonio inquebrantable de la fe y perseverancia de la madre de Jesús, así como una manifestación incondicional de amor a la persona que se quiere y que se ama. El permanecer al lado de las personas cuando las cosas se tuercen, van mal o se acrecientan las dificultades es una prueba de lealtad y coherencia de un gran valor. La presencia de María junto a su hijo, ha servido y estimulado a muchos a imitar su actuación y estar al lado del necesitado, participar de sus sufrimientos, sus preocupaciones, de sus necesidades. Además tenemos la gran suerte de que en la persona de la Virgen María el mismo hijo de Dios nos hace, de alguna manera, hijos suyos, y en la persona del discípulo amado, nos la da como Madre para la eternidad. Por ello María siempre guardará un lugar privilegiado en el corazón de todos los cristianos y de todos los soleanos. No olvidemos, pues este ejemplo de entrega y lealtad de nuestra bendita Madre de la Soledad, hagamos entrega de nuestra persona, más que de nuestros bienes, al que sufre y nos necesita, que mejor manera de sentirnos cristianos y soleanos de primera.